martes, 27 de febrero de 2018

LA VALERA DE MI NIÑEZ

Recordando aquella ciudad

José Rosario Araujo
Recuerdo aquella  ciudad cálida y amable que era  Valera en  los años 70. Todavía no existía la Av. Bolívar y la ciudad contaba con las avenidas 7 y 8.
En esas avenidas estaba el Mercado Municipal situado  en las  calles 12 y 13, en donde podías encontrar de todo tipo de mercancía, desde comida, licores, artículos de quincalla, ferretería y  juguetes.

No se podía decir que ese rincón del comercio valerano estaba muy limpio que digamos y si mal no recuerdo que hacía muchos años, la municipalidad trataba de cerrarlo   desde el año 1962 el Ministerio de Sanidad, pero como lo dice el Padre Juan de Dios Andrade en su interesante libro “101 Años de la Instalación del Primer Concejo Municipal de Valera” continua como un verdadero cáncer en el centro de la ciudad, hasta 1978.

Mis tías y papá tenían una prima que vivía en la Av. 9 en la casa en donde existe un restaurante, frente a la antigua Quemazón, llamada Aura Cornieles; que por muchos años fue Secretaria Administrativa en el Colegio Eloísa Fonseca y cada vez que la íbamos a visitar; en horas nocturnas; se encontraba la conocida Ramona que era un personaje típico de la zona, ya que allí le daban comida. 

La Loca Ramona, como era conocida,  siempre recorría esa zona que era cercana al Mercado Municipal y era famosa por intentar agarrarles a los hombres sus testículos.
Otro personaje que recuerdo es Alicia, conocida como la Loca Alicia, que muchas veces visito a mis tías para invitarlas a las fiestas de la Virgen de Duri. Ese personaje siempre estaba llena de pulseras y vestida con ropa muy colorida. Pero lo que si no puedo olvidar  es su gran dulzura, ya que si su presencia  producía temor en un niño de corta edad, su voz cálida y amable eliminaba cualquier miedo que le podía tener.

También conocí excelentes médicos en la ciudad de Valera; colegas de mi padre; como lo fuere el Dr. Pedro Emilio Carrillo, quien bien entrado los años ochenta atendía desde su consultorio en la Av. 12 entre calles 8 y 9.
También recuerdo la recia figura del gran médico de origen merideño  como lo fue Dr. Gil Manrique, que era igual que el Dr. Carrillo, figuras muy respetadas de gremio médico.
Muchas veces acudí con mis madres de crianza al hogar de la familia Gil y con la ingenuidad de mis pequeños años admiraba a Marisol, hija del reconocido  galeno que ya era una adolescente y yo con 4 o 5 años.

Otro médico que recuerdo fue el Dr. Héctor Zambrano Quintero, que me unió una gran amistad con su hijo Humberto, ahora reconocido tenor en Los Estados Unidos.

Con Humberto practique judo y jiu-jitsu en el Gimnasio de la Gran Fraternidad Universal, que quedaba en la Av. 10 con calles 6 y 7,  contando como profesor al amigo Vladimir Terán.
Otro galeno que estuvo siempre presente participando en el Kinder Gabriela Mistral fue el Dr. Raúl Díaz Castañeda, que recuerdo que siempre estuvo y está activo  en todos los acontecimientos culturales y sociales de la ciudad.

Para nadie es un secreto los aportes de este médico larense a la ciudad de las siete colinas y de mi parte un gran reconocimiento a su labor y un gran respeto a su figura como padre, esposo y profesional.

Recuerdo a mis amigos de crianza de mis primeros años como lo fueron Carlos y Alfredo Romero, con quienes compartí varios años de mi niñez y que juntos tuvimos una infancia bastante divertida en donde yo me pasaba en su casa y ellos en la mía.

Eran hijos de un gran médico zuliano el cual tengo excelentes recuerdos y un gran aprecio como lo fue el Dr. Remigio Romero, su esposa Elda y su pequeña hija María Eugenia.
Muchos juegos compartimos, bastantes años en donde disfrutábamos el carnaval disfrazados de los tres mosqueteros en donde nos enlazábamos en temibles encuentros a espada, que terminaban con el rompimiento de nuestros sables. Participamos en los carnavales del Kinder Gabriela Mistral y de las Residencias Panigón, realizados por la Nena Medici.

Estudie a partir del tercer grado en el Colegio Salesiano y de allí recuerdo a  muchos de mis compañeros de estudio como lo fueron Armando Vásquez, Héctor Bin, Felix Terán, Alejandro Peña Terán, Andrés Serra, Gian Carlo Richardi, Carlos Contessi, Teofilo Uzcategui, José María Carrillo, José Celis Sarcos, Rafa Rojas,  entre los muchos que compartieron los  años que curse en esa casa de estudios.

Siete años pasaría en el Salesiano, en donde la educación era demasiado rígida, contando con un horario de clase de las 7:45 a.m hasta las 11:45 a.m y de la 1:30 a.m hasta las 5:45 a.m.
Están presentes en mi memoria las maestras María Emira Vásquez, Hilda de Vásquez, Doris Rosales y Emma Espinoza de Alizo.

Como profesoras recuerdo la  buena amiga Lcda. Cristina Pineda, María Ignacia Aguilar, Marlene Casadiego, Antonio Viloria, Tomás Arrabe y su esposa y Benigno Arenas.
En ese colegio se graduaría mi hermana Aura y sería una de las primeras promociones mixtas de esa casa de estudios. Mientras nosotros seriamos puros varones y se podrán imaginar cómo seriamos de tremendos, muchas veces para poder enfrentar una educación demasiado rígida.

La Valera  aquella que conocí era cordial, amable, acogedora, por eso es que mi mente no deja de transitar por aquellos recuerdos de los tiempos idos y de muchas personas que fueron de una manera significativa en el transcurrir de mi vida.

Conocí grandes sacerdotes como lo fueron el Padre Fernando Abad, del Colegio Salesiano, el Padre Javier Sarrasqueta, de la Iglesia El Carmen, el Presbítero Juan de Dios Andrade, periodista, cronista, escritor, político e historiador,  que considero que no se le ha dado la importancia que tuvo en el desarrollo de la ciudad de las siete colinas y  Heberto Godoy, amigo personal de mi familia.
En esos años la gente se encontraba los sábados o domingos en las misas de las diferentes iglesias valeranas, a las cuales acudía de no muy buena gana obligada por las Rosario.

Los domingos muy temprano en la mañana acudíamos a la capilla del Centro Clínico María Edelmira Araujo, donde oficiaba  el Padre Javier Sarrasqueta, en donde siempre estaba la Señora Fajardo y varios médicos con sus familias, recordando entre ellos al Dr. Lozada.
Para mí era una aventura la llegada de los domingos cuando mi papá me llevaba a comprar cuentos y novelitas vaqueras en un kiosco que quedaba en la esquina de la Plaza Bolívar del Señor Segovia, padre de mis buenos amigos Cesar, José y Ricki como lo conocimos en el Rangel.

Muchos domingos comíamos el sabroso sancocho de Edicta Mora, famoso en la ciudad y en ese recorrido acompañaba a papá a un cafetín en la esquina de la calle 8 que recuerdo que tenía en el frente pintados  unos burros vestidos de charros mexicanos y unas sillas giratorias que era mi delicia dar vueltas en ella.

Valera prácticamente no era muy grande y las personas hacían el recorrido a pie, pero nunca faltaba quien le ofreciese una colita, ya que esa era la Valera de la cordialidad, que lamentablemente se ha ido, para convertirse en la ciudad de la basura,  en donde nosotros mismos tiramos los desechos  en la calle,  como precisamente hace pocas horas, vi de lejos a una persona arrojando la basura en plena calle, sin importarle echársele frente a la casa de sus vecinos.

En aquellos tiempos existían los carros de Plaza, que no eran otra cosa que taxis que te llevaban a módicos precios de cinco bolívares. Recuerdo un taxista que era muy amigo de mi familia y que siempre le prestaba el servicio de taxis a mis tias, que era el señor Mujica, muy amable y caballeroso.
Otro de los personajes típicos de aquella Valera que  tengo que mencionar es a la señora Betina Montiel, que vivía en las esquina de la calle 12 con Av. 10 que siempre andaba con una peineta que parecía el personaje de La Relicario.

Pero no puedo dejar de mencionar a su gran don de gente y simpatía. Hermana de otro personajes llamado Miroclates Montiel.
Los sábados en la mañana era religión acompañar a mis tías a Lavoya, en el recién Centro Comercial del Victoria de la mamá de mis amigos Alejandro y Juan Carlos Peña Terán, en donde gozaba un puyero dando carreras por este centro comercial, con estos dos amigos que me acompañaron en mis estudios desde mis inicios en el Kínder Gabriela Mistral y los siete años del Salesiano.
Puedo cerrar los ojos y mi mente se traslada a esos tiempos de aquella Valera que apenas se empezaba a expandir  hacia la Urbanizaciones Plata I, II y III.

Al lado de mi  casa paterna en la Av. 5 vivía un señor del cual siempre guardare muchos gratos recuerdos y era Guillermo Viloria, persona de gran cultura y un excelente lector, que me encamino por el placer de la lectura, leyendo a corta edad libros como: Triangulo de las Bermudas de Charles Berlitz, el Retorno de los Brujos de Louis Pauwels y Jacques Bergier, Cuando las Piedras Hablan los  Hombres Tiemblan de Rodolfo Benavides, El Oro de los Dioses y Recuerdos del Futuro de Erich   Von  Dániken.

En la casa del “Capincho” Viloria; como lo llamaban sus amigos; se reunía una elite de intelectuales  de izquierda, entre los cuales puedo recordar a Manuel Isidro Molina; reconocido periodista y  Luis González.
El “Capincho” era tío de mis amigos Peña Terán y no faltaron días en que compartimos en la casa de este personaje, que fue en mi vida de gran importancia, prestándome libros de su gran biblioteca de la que era muy celoso.

Era el señor Guillermo; como lo llamábamos Aura y yo; un gran amante de la buena música tanto de grandes clásicos, como de música típica latinoamericana como los Indios Tabajaras  y el Inti Illimani,  que muchas veces nos grabó cassette para el deleite de mi hermana y yo.
Una excelente persona, como lo fue su esposa Carmen, de la quien tengo un gran aprecio y reconocimiento.

¡Qué bonita era la Valera aquella!
El señor Guillermo Viloria no solo me incentivo en la buena lectura y música, sino que me hizo apasionado de los documentales del explorador Jacques  Cousteau  y su hijo Philip en el  barco El Calipso.

Esos documentales los veíamos en el Cine Libertad  y en el Auto Cine acompañados de mi primo Humberto y de mi madre-tía Ana Rosario. Eran los tiempos de aquella película muy taquillera llamada Tiburón y por supuesto el explorador francés lanzó un grupo de documentales sobre los mares muy interesante. 

He podido ver algunos que he bajado por You Tube y reconozco la tarea de estos investigadores en el barco El Calipso.
Debo hacer una reseña de lo que era el Auto Cine, que estaba situado en el sector el Gianni, de la carretera Mendoza-La Puerta.

Era un gran espacio, con una gran pantalla en donde llegaba uno con el carro. Se conectaba a un aparato con el carro para escuchar el audio y ver la película.
En ese cine pude ver “Siete Hombres y un Destino” “Un Puente Demasiado Lejos” “El Búfalo Blanco” que recuerdo.
Valera en esos tiempos era una ciudad segura, donde las personas se visitaban y uno lo llevaban a diferentes sectores de la pequeña ciudad a acompañar a mis tías-mamás y mi padre.

Papá nos llevaba en la noche a los sectores de Plata II y III a casa de amistades de él, igualmente íbamos a donde la madrina de mi hermana; la Sra. Daria Labarca, en la Urb. Lazo de La Vega; quien siempre nos daba un suculento pedazo de torta, como era la costumbre de esa época.

Recuerdo las sabrosas paledonias de la recordada Mama Ia; como le decía a la Sra. Rosalía Bertoni; que siempre me obsequiaba, esa sabrosa torta, que más nunca pude volver a comer paledonias tan deliciosas.
Mencionando la rica gastronomía valerana no puedo dejar de mencionar al Restauran Tequendama del Miguel Peña, que era famoso por su ají llamado El Betijoqueño, que contaba su dueño era buscado por los mismos presidentes de turno, contando que hasta Rómulo Betancourt lo había mandado a buscar para que lo ayudara como chef en las fiestas que se realizaban en Miraflores.

Los pastelitos de Rosa Sayago, que ricos eran, ese restaurante se encontraba en la Av. 6 entre calles 12 y 13, fueron la delicia de todos los valeranos. Los Ceprific que eran cepillados de frutas y los ricos helados de los Tres Continentes nos volvían locos a los más pequeños y a los adultos también.
Esa Valera tenía su vida nocturna muy sana en donde uno podía disfrutar de esos manjares que no eran caros.

Recuerdo de los helados de la Cimbali, situados en la calle 10, al lado del Gran Detal, negocio del señor Alfonso Moreno que siempre se caracterizó por su don de gente y gran caballerosidad.
Imposible dejar de nombra Auto Mercado La Democracia de mi recordado compadre Diego Hidalgo que estaba situado detrás de la bomba de Cobrapsa, que vivió hasta la avanzada edad de 105 años.
La Democracia tenía reparto a domicilio que era llevado en bicicleta a los hogares de la pequeña ciudad que era Valera.

Mi recordado compadre era caracterizado por su amabilidad, del cual no tengo sino buenos recuerdos, de parte de su esposa Herenia y de él con mi hijo Luis Eduardo y con mi persona.
Así era la Valera que yo conocí en aquellos años 70. La ciudad que estamos en el deber de recuperar para nuestros hijos. Una ciudad que a pesar de todo,  existía el orden y contaba con el cariño de sus habitantes.

Es necesario volver a la querencia por la tierra de Mercedes. Pero para amarla hay que  conocerla  y para eso es necesario transitar por su historia, por nuestra historia.
Ya que nuestra historia es la historia de las siete colinas.

Foto 1: La Loca Ramona.

Foto 2: Heladería Los Tres Continentes.



Foto 3: Autocine en el sector el Gianni. Cortesía del Dr.  Andrés Eloy Bracamontes.

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