José Rosario Araujo
Nuestro Libertador Simón Bolívar
fue un gran amante de los buenos caballos y en todas sus campañas lo
acompañaron unos animales de muy buen porte y de gran fortaleza para poder
pasar tantas horas en la lucha por la independencia. Cuenta la historia que el
único regalo que recibió de su madre fue un caballo a muy temprana edad.
Hay dos caballos que tuvo Simón
que son emblemáticos en su vida y son El Palomo y Pastor.
El primero cuenta la leyenda que
cuando el héroe caraqueño se dirigía a darle cuenta al Congreso en Tunja en
noviembre de 1814. Su caballo estaba agotado y necesitaba uno descanso para
poder seguir el trayecto, pero le fue negado una yegua que después se enteró
que estaba preñada y no podía hacer un largo viaje.
Por el dueño de la yegua, que se
convierte en su guía, supo que la mujer de este había tenido un sueño en donde
veía al potro ya adulto montado por un gran General.
Paso el tiempo y con él pasaron
los acontecimientos de la invasión desde Los Cayos, la derrota, el paso de los
Andes hasta llegar a la batalla de Pantano de Vargas en donde casi se pierde,
evitando la derrota los llaneros comandados por Rondón, en ese combate se
presenta el antiguo guía y le lleva un hermoso y blanco caballo que lo acompaña
hasta el año de 1826 que se lo obsequia al General Santa. Se dice que el
hermoso animal yace en el parque de Mulaló, Valle del Cauca, en Colombia.
Fue
enterrado al lado de la capilla, junto a una frondosa y antigua ceiba. Las
herraduras del animal y diversos elementos que pertenecían al Libertador son
exhibidos como testimonio en el Museo de Mulaló. Con Palomo gano la Batalla de
Boyacá y entro a Santa Fe con el paso ligero del caballo que parecía que
bailaba a las notas del himno de triunfo.
¿Qué pensaría el Licenciado Sanz
que cuando Simón era un niño dijo que él nunca sería un buen jinete? ¿No se
imaginaria que el caraqueño recorrería 123.249 kilómetros a lomos de un caballo
en su recorrido libertador.
Bolívar fue tan buen jinete y
cabalgo tanto que cuentan sus biógrafos que tenía callos en las nalgas y muchos
lo apodaban “nalgas de hierro”, además de que era tan buen jinete que podía
dormir en lomos del caballo.
Los llaneros admiraron al
Libertador al ver lo buen jinete que era ya que estos centauros respetaban a un
hombre “macho” y para ellos eso significaba pasar muchas horas a caballo.
La leyenda habla de otro animal y
existen dos versiones uno que fue Manuela Sáenz la que se lo regalo y otra que
él ya lo tenía cuando la conoció ya que entro a Perú montado en el brioso
corcel.
No sabemos cuál de las dos
versiones son ciertas pero lo que si no dudamos del amor de este insigne
paladín de la libertad por lo caballos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario