lunes, 8 de enero de 2018

LA VALERA EN QUE NACÍ

José Rosario Araujo.
Vine al mundo en el cuarto año del año sesenta, quedando huérfano a la tierna edad de 7 meses, pero siendo criado por dos tías; Esther y Ana Rosario Magi; que aunque no nacidas en la ciudad; eran oriundas de San Lázaro; pero se sentían muy valeranas ya que desde muy jóvenes habían llegado a la ciudad.

Ellas me incentivaron el amor por esta tierra y conocí por parte del relato oral muchas de las historias de la ciudad.
Pero no puedo dejar de recordar la Valera que conocí, las personas que trate, que de una forma u otra, fueron parte de la formación como ser humano, como escritor y amante de nuestra historia.
Recuerdo la Valera cordial, la ciudad de la caballerosidad. Evocó ciertos personajes que fueron; para mí crecimiento como ser humano; ejemplo de cómo vivir y comportarse en el maremágnum que es la vida.

En mi mente aparece la figura de Don Luis Godoy; dueño de un negocio que se llamaba el Palacio del Niño; persona que siempre se destacó por su gran don de gente. Acordarme de Don Luis, me lleva a la Valera del paseo nocturno, “para ver las exhibiciones” como decían mis tías, que nos hacían ir al centro caminando para ver las tiendas.

En esos tiempos tanto el Palacio del Niño y Trajes Godoy; propiedad de Luis Godoy; gozaba de las mejores exhibiciones que lucía el centro de la ciudad, que era el corazón comercial Valerano.
Otra negocio que se destacaba era Casa Nava; otra tienda por departamento, que estaba situada en la calle 9 entre avenidas 10 y 11, del señor Omar Nava, siempre presto en atender a las personas que entraban a su negocio, con gran cortesía y caballerosidad.

Esos dos negocios eran grandes tiendas por departamento en donde tenían pisos para damas, caballeros y niños.
En eso dos baluartes del comercio valerano competían por ofrecer a todos sus clientes las mejores mercancías.

También recuerdo; muy remotamente; la tienda de FABRECO, de Don Juan Abreu, que se encontraba en el terreno de donde se encuentra el Centro Comercial FABRECO.
No se puede dejar de mencionar al Sr. Romano Fontana con su Foto Disco, en donde se podía encontrar lo último en equipos audiovisuales y cámaras fotográficas, con la atención personalizada de su dueño y de su esposa Ana.

En ese recorrido que hacíamos con mis tías, llegábamos al frente de la Plaza Bolívar en la Av. 11 en donde se reunían un grupo de valeranos, mamadores de gallo que se apodaban CIVA, Comité de Investigación de Vidas Ajenas, entre ellos recuerdo al Dr. Mujica y al Sr. Perucho Rueda, que era el dueño de la casa en donde se reunían el club de echadores de bromas.

Más arriba de ese sitio, se encontraba el Cinelandia, en donde uno veía las sabrosas películas mexicanas de los luchadores enmascarados como lo eran El Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, además de las recién estrenadas películas de kung-fu y Western spaguetis.

Ese cine popular contaba con sesiones los domingos desde las 10:30 a.m. a las 3:30p.m. 5.30 p.m. 7:30 p.m y de 9:30 p.m y de lunes a sábado desde las 5:00 pm en adelante.
Otro cine que visitábamos en ese tiempo era el Cine Libertad, en donde íbamos a disfrutar películas más recientes de cartelera.

Al pasar los años y ya siendo un adolescente existían en la ciudad el Cine Valera; en la calle 8, el Cine Delicia; en la Av. 14, sector Lazo de La Vega, el Cine Plaza, en la calle 8 con Av. 4, en la entrada del Barrio El Milagro y el Cine Avenida en la Av. 6 entre calles 17 y 18.
Otra de las tradiciones que conocí en la ciudad de Valera, fueron las famosas retretas de los domingos, en donde la familia valerana acudía a escuchar la banda municipal entonar música para el deleite de todos.

Lo que hay resaltar de esos tiempos es que la ciudad no tenía problemas de inseguridad y veíamos a los policías de casco y polainas blancas que recorrían el centro de Valera en parejas.
En mi recuerdo aparece cada 15 días que me llevaba mi tía-madre Esther Rosario a la Barbería Ciro, en donde mi amigo Hugo Pierantozi, quien con su paciencia increíble me cortaba el pelo.

Según me decían; al pasar el tiempo; eran apoteósicos los escándalos que yo hacía cada vez que me cortaban el pelo.
Me contaban un día que era tanto el escándalo que yo tenía, que mi tío Pedro Rosario; dueño del Almacén Royal, que quedaba al lado de la barbería, se acercó para ver si era un niño que mínimo le habían cortado una oreja, cuando se consigue a su flamante sobrino armando tremendo escándalo.

Pasaría el tiempo y la sabia Esther Rosario, con su conocimiento de educadora, logró domar mi llanto con un carrito que vendía el amigo Fontana y el paciente Hugo; con su don de gente; me regala una chupeta que alejaban el llanto de mí.
Razones que hicieron que con el tiempo pidiese que me llevaran cada rato a cortarme el pelo, con un corte yanki, que le dejaban un copete a uno y las sienes rapadas.

Hugo Pierantozi, fue mi barbero por más de 25 años y a pesar de irme de esta ciudad, cada vez que venía iba a cortarme el pelo y a disfrutar de su amena amistad.
También recuerdo al hermano de Hugo; Erasmo; gran amigo de mi juventud, con quien compartí muchas horas de conversación, cada vez que me cortaba el pelo. Un gran caballero, un gran hombre, como su hermano.

Otra de las cosas que pasan por mi mente es la Valera de las visitas cordiales, que se daban en las noches, en donde con mis tías recorríamos las casa de amigos y vecinos, de quienes recuerdo a Doña Braulia Viloria, Alicia y Ligia Jelambi, Luisa Febres, Marina González; hermana del escritor Adriano González León, la familia Plaza, la Señora Carmen Mejía, la familia Lobo, entre otras.

En esas sabrosas tertulias los visitantes era obsequiados con ricos quesillos, gelatina, majaretes, muchas veces acompañados de un rico café y galletas dulces para los más pequeños.
Las nuevas generaciones les será difícil imaginar, como eran los carnavales en la ciudad de Valera. Cada barrio, urbanización o sector, elegía una reina y establecía una comparsa.
En los colegios y liceos el viernes antes de las fechas de carnaval se hacía una fiesta en donde uno se disfrazaba y gozaba un mundo lanzándose papelillos y serpentinas.

Recuerdo los carnavales del Kinder “Gabriela Mistral” que nos obsequiaba la señorita Esther, mi tía, que de esa forma era conocida por sus alumnos.
Lo que era lunes y martes de carnaval acudíamos a los famosos carnavales de la Urb. PANYGON, realizados por la conocida Nena Medicci, de quien siempre mantendré gratos recuerdos y una gran amistad que traspasaron mis tías.

Llega a mi mente aquel gordito vestido de mosquetero, en enconado duelo con otros niños mosqueteros, que recuerdo entre ellos a los hermanos Carlos y Alfredo Romero y a los hermanos Hiram y Juan Carlos Peña Terán, combates que eran interrumpidos por el llanto de algunos de los espadachines que se le quebraba la espada.

Para mi fueron muy significativos los recorridos de mis tías por las calles valeranas a las diferentes misas sabatinas, verdadera pesadilla para mi hermana y para mí.
Recorríamos desde la Iglesia San Pedro; del Padre Juárez; pasando por la Iglesia San Juan Bautista, del Padre Juan de Dios Andrade y del recordado Heberto Godoy, de la Iglesia El Carmen, del Padre Javier Sarrasqueta, pasando por las misas dominicales en el Centro Clínico María Edelmira Araujo, realizadas por el párroco de la Iglesia El Carmen.

Con tanta rezadera no sé cómo mi hermana y yo no fuimos canonizados y todo esto regado por los Rosarios larguísimos de nuestras tías madres, que para susto nuestro se quedaba dormidas y hacían muy extensas las horas de rezo.

Los domingos, mi papá; Jesús Rosario Magi; me llevaba al Cuerpo de Bomberos, que quedaba en La Marchantica, comandado por el Tcnel. Ramón Mendoza y recuerdo a su famoso perro Coco de Fuego, que salvo al jefe de los bomberos al ser atacados por un caimán en los pantanos de la zona baja.

Para mí era un placer montarme en el carro de bomberos y tocar la campana. Recuerdo al Dr. Gómez Chiquito, al Capitán Carlos Pineda, además de al pasar los años a la buena amiga y prima Tania Mendoza.
Al pasar los años y mi hermana Aura se convertía en una adolescentes, tuvo mi padre la brillante idea de encomendarme la tarea de guardaespaldas de ella en la primera fiesta que ella como joven había sido invitada.

Fui con la tarea encomendada por mi papá y los tremendos amigos de mi hermana me obsequiaron de una bebida muy dulce, que tome en gran cantidad, que no era otra cosa que Anís El Mono y eso produjo en mi tremenda pea, que todavía hoy en día al oler anís recuerdo esa tremenda borrachera que me dio.
En los años 81 y 82, un grupo de amigos, nos empezamos a reunir en la esquina de la Av. Bolívar con calle 16; donde quedaba Valera Motors, ahora Banco Provincial; sector que llamábamos Los Pinos, por un edificio de ese nombre.

En esa zona vivían el fallecido Ernesto Vergara; mejor conocido como Pinguiñoño y Rafael Añez, desde allí preparábamos las serenatas que llevábamos a amigas y novias, dirigidas por Leandro Canelón, mi recordado compadre, fallecido hace 10 años, Rafael Baptista; que yo apodaba Gardel y ahora destacado Lcdo. Del SENIAT; y el Abg. David Cestari.

Que bonitos recuerdos me trae ese sitio, cada vez que paso por allí, recuerdo tantas cosas vividas, muchas anécdotas, alegrías y tristes recuerdos de amigos que ya no están.
Para nosotros muchos años nos reunimos en ese sector, de los cuales recuerdo a Luis Emilio Muñoz, Enrique Viloria, Javier Viloria; ahora reconocidos médicos trujillanos; Miguel Valero; Gerente de CORPOELEC, Javier Jaramillo, Alejandro Barrios, el T.S.U Gabriel Avendaño , Ing. Francisco Valero, el Alguacil Wilmer Viloria y mi persona.

Cercano al Edif. Los Pinos existía una arepera en donde vi un duelo de quien comía más arepas, entre el gordo Ernesto Vergara y el Flaco Rafael Añez en donde cada contendiente degusto más de 10 reina pepiadas, siendo ganador el más delgado de los contendientes.

Muchas horas compartimos en ese sitio en donde preparábamos las serenatas para nuestras amigas y novias y la del día de las Madres, en donde obsequiábamos a nuestras madres con nuestro canto en donde comenzábamos con la canción “Perdóname” de Camilo Sexto, hasta que cada uno escogió su camino y el sitio donde nos reuníamos “Los Empinacodos de Los Pinos”; como nos apodábamos; quedaría en nuestro recuerdo.

Con el pasar de los años llega a mi mente las idas al Jardín de Las Acacias con mis buenos amigos Leandro Canelón, Enrique Viloria, Miguel Valero, Wilmer Viloria y Javier Jaramillo.

Si mal no recuerdo ese establecimiento era propietario Ramón Alfonso Valecillos, quien presentaba música en vivo, de los cuales recuerdo a cantante de música mexicana Genis Matheus, Celi Bi, el Payaso Tuqui Tuqui y los diferentes tríos de guitarra que en los finales de los 80 y principios de los 90 escuche con el recordado amigo Napoleón Jiménez.

De la vida nocturna valerana; ya convertido en un yo en un joven de 22 años; recuerdo la Gran Cervecería; situada en la Av. 6, con sus famosos pastelitos que deguste con Miguel y Wilmer, las sabrosas parrillas en las tertulias con Napoleón Jiménez y Marcos Ribas.

En las madrugadas valeranas nos situábamos al fin de nuestro recorrido etílico por la Av. 6 entre calles 5,6 y 7 en las Areperas Mata Perro en donde degustábamos la arepa rellena de mortadela, caraotas, queso y mayonesa.
Un sitio de obligatoria visita del valerano era la Casa de las Hamburguesas en donde los valeranos cambiamos las arepas “mata perros” de la Av. 6 por la tan mencionada comida chatarra.
No puedo dejar de mencionar La Terraza; que visitaba cada vez que venía del Zulia a disfrutar de la crema de cebolla y las rubias bien frías.

Recuerdo la Discoteca The Factory en donde bailábamos hasta bien entrada la madrugada con amigas y novias, Pizas al Horno en la parte baja de las Residencias Murachi.
En el Centro Comercial EDIVICA recuerdo el Bodegón del Caudillo y La Verna, desde donde veíamos las carreras de bicicletas de la forma más cómoda posible.

Recorren mi mente aquellas noches valeranas, en donde a pie uno compartía con los amigos y amigas siempre de una forma sana en donde la alegría era la orden del día.
Al hablar de esos recorridos por la ciudad junto a amigos y amigas no debo obviar las famosas carreras de bicicletas que se daban en la Av. Bolívar en donde compartíamos con Lisbeth Africano, Xiomara Ocanto, Yanire Peña.

En la famosa Vuelta a Trujillo en la cual participe desde pequeño, cuando me llevaba mi padre; fanático del ciclismo; en donde vi al famoso Vicente Laguna lucirse pedaleando con fuerza, obteniendo grandes triunfos.

En los años 80 en el C.C. Darca se encontró la tienda Arizona de mi Sensei de Kung-Fu; Domingo Ángulo, en donde podíamos comprar las botas tejanas y las camisas leñadoras que eran prendas de vestir de obligatorio uso.

Ya la Valera que conocimos no es la misma y no ha cambiado para mejorar. Nuestra tierra se convirtió en una tierra fría, donde la descortesía y la envidia pueblan nuestro terruño.
Cuando recuerdo la Valera que viví, en mí surge diferentes interrogantes como: ¿Que nos pasó? ¿Porque cambiamos tanto? ¿Que se hizo la Valera que conocimos?

Creo que cercano a su Bicentenario debemos intentar volver a lo que fuimos y ese es el homenaje que debemos darle a aquella tierra de Mercedes Díaz.

FOTO1: Cine Avenida. Cortesia del Abg. Andes Eloy Bracamonte.


FOTO 2: El Famoso Mario, mesonero de las noches valeranas de los 80.

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