Sergio Tucci y José Rosario Araujo
CAPITULO
I
La noche caía
silenciosamente en la ciudad de Mérida, Simón Bolívar caminaba nerviosamente
por la casa que le servía de refugio, sus oficiales estaban acostumbrados a ver a su jefe dictar órdenes y
cartas siempre en movimiento.
Bolívar era conocido
por su energía incansable, cuando firmaba un documento lo hacía parado, al estar en una hamaca se
mecía con un pie, cuando conversaba lo hacía caminando, cuando iba a una fiesta
bailaba incansablemente. Eso sí a diez
de la noche se acostaba y a las cuatro de la mañana se levantaba religiosamente.
Ya todos estaban
habituados a esa energía nerviosa que siempre manifestaba el militar caraqueño.
-Debemos enviar a Atanasio con 500 hombres a Trujillo
como a Boconó, comentó a sus hombres Bolívar
tomando la decisión que llevaba varias horas pensando.
-Tengo fe en ti
Atanasio, sé que no solo eres valiente, sino un militar experto, ya lo vienes
demostrando desde Nueva Granada. Voy a poner sobre tus hombros esta
responsabilidad de que nos abras el camino con tus hombres, dijo el héroe
venezolano.
_Quiero reunirme con
Antonio Rosario, ayer mismo me envió una misiva
donde nos ofrecía bastimento para la tropa y dice que quiere hablar con
nosotros, continuo conversando Bolívar
con Ribas, Girardot, Urdaneta, D¨Elhuyar y varios oficiales que venían
acompañándolo desde el Rio Magdalena.
Su Secretario Pedro
Briceño Méndez como amanuense ha escrito cartas en donde Bolívar dice:
“La repuesta la espero
en Trujillo”. La cita se cumpliría.
En esta ciudad había
recibido la noticia de una disposición de la Regencia Española la cual aceptaba
el plan de Monteverde de pasar por las armas a cualquier persona que tomase las
armas a favor de la independencia.
Regresó a Venezuela
después de 6 meses. Venía acompañado por un grupo de héroes, jóvenes paladines.
Urdaneta le dijo: “Brigadier, si con dos
hombres basta para emancipar Venezuela, presto estoy a acompañar a usted”. Con
hombres como él, triunfaría.
Con pocas provisiones y
armas pobres, sus hombres eran de los mejores combatientes, se componían
principalmente de soldados de la Nueva Granada.
Simón utilizaría
diversas tácticas para derrotar la superioridad de los españoles. Una de las
tácticas consistió en atacar separadamente a las divisiones enemigas y para
ello, el elemento sorpresa y la rapidez de la acción eran principales.
El Coronel Castillo
había enviado al Congreso un ataque
contra Bolívar, acusándolo de incapaz, despilfarrador y que arriesgaba las
tropas en campañas fantásticas pero el Congreso premio sus triunfos dándole el
título de ciudadano de La Nueva Granada y lo
nombró General Brigadier de los ejércitos de la unión.
Camilo Torres,
presidente del Gobierno de la Unión en Nueva Granada, si cree en Bolívar; le concede el grado de general y de ciudadano
neogranadino y le envía pertrechos. Nariño, presidente de Cundinamarca le
remite armas y soldados, pocos, peros
duros en la pelea.
Torres ha entregado al
nuevo general un mensaje a los venezolanos que dice:
“Es tiempo de tomar
venganza de esas fieras desencadenadas sobre vosotros ciudadanos. Corred a las armas,
venezolanos, sacudid esas cadenas vergonzosas, volved al esplendor que habías
adquirido, a la eminente política a que os habíais elevado y que solo un
accidente de la naturaleza, del que se valieron vuestros opresores, os pudo
hacer bajar”.
El superhombre
caraqueño en ruta para Mérida le responde:
“Mi corazón se inunda
de placer y gratitud, al contemplar las armas libertadoras de Nueva Granada
marchando a redimir a mi querida patria… La libertad que vamos a obtener se
halla colocada entre los dos más grandes escollos que pueda presentar la
guerra: La carencia de dinero y la de las municiones.”
Castillo renuncia y el
caraqueño triunfa, con su habilidad política.
El guerrero venezolano
confiaba en sí mismo, estaba seguro de
poder llevar a cabo esta proeza guiándolo el descontento del pueblo que estaba
horrorizado por el salvajismo de Monteverde. Sus planes eran dictados según se
presentaran las circunstancias.
Al principio se decidió
a rendir a la línea oeste del caudillo español y de esta manera se abrió paso
hacía Mérida, y el jefe realista Correa abandono la posición casi sin luchar.
Le concedieron una
autorización limitada para invadir Venezuela, pero hasta Mérida y Trujillo.
Cuando inició la campaña, los realistas
estaban situados así: En Mérida Correa, en Trujillo el Capitán Cañas, en
Barquisimeto Oviedo, en Guasdualito Yánez, en Barinas Tiscar y en San Cristóbal
Izquierdo en San Carlos con numerosas tropas que cubría los llanos de Cojedes,
Guárico y Portuguesa; en oriente Antoñanzas, Cerveriz, Martínez y Zuazola.
El militar caraqueño
contaba con 700 soldados y los realistas con más de 10.000, pero a pesar de la
diferencia a los patriotas les sobraba
voluntad, valor, convicción.
El Coronel Castillo
casi es derrotado, pero Santander, en ese momento Sargento Mayor lleva a sus hombres
a la victoria. Castillo renuncia y se va, regresa a su país. La tropa queda al
mando de Francisco de Paula Santander.
Ya había tenido el
caraqueño un enfrentamiento con el granadino. Santander se niega a obedecer cuando
a la hora de partir en la campaña hacia Venezuela, alega que recibió la orden
de Castillo de quedarse en la Nueva Granada.
Bolívar con voz grave
le dice:
-Si insiste usted en no
obedecer, aquí mismo lo fusilo.
Los soldados siguieron
el avance hacia Venezuela y Santander se quedó en Cúcuta.
Las tropas de Bolívar
venían conformándose de la siguiente manera:
La vanguardia comandada
por Girardot, contando con Luciano D´Elhuyar como segundo comandante; en la
retaguardia mandada por José Félix Ribas, con José Tejada como jefe de
artillería y Urdaneta como mayor general,
Pedro Briceño Méndez era secretario; contando como edecanes con Juan
Pulido y José Lugo.
Atanasio Girardot era
hijo de un próspero comerciante francés que había obtenido el título de abogado
y se había unido a la lucha
independentista desde muy temprana edad
Se incorporó a la lucha
independentista en su región natal, formando parte de la expedición organizada
por la Junta Suprema de Gobierno para apoyar a la Confederación de Ciudades y
se distinguió en la liberación de Popayán al derrotar al realista Miguel Tacón
y Rosique, en la Batalla del Bajo Palacé el 28 de marzo de 1811.
Girardot era un hombre valiente y un gran estratega que
se había enfrentado en esa batalla al español con 2000 soldados con setenta hombres en el puente del rio
Palacé.

Participó en combates
contra los federalistas cuando el gobierno de Antonio Mariño y cambio de bando peleando
a favor de las Provincias Unidas, enemigas del centralismo, uniéndose a Bolívar
en la Campaña Admirable
En Trujillo existía un
grupo que conspiraba en contra del imperio español, una corriente de rebeldía
recorría todas las comarcas trujillanas y uno de sus representantes era el Cura
Francisco Antonio Rosario.
El cura Rosario era una
figura leyendaria de esas tierras, que había nacido en una hacienda llamada “La
Rosariera” en la parroquia Chiquinquirá de Trujillo el 13 de junio de 1761.
Se decía que era un
hombre blanco, alto que hablaba francés, italiano, inglés, latín, alemán, árabe
y español.
Rosario era un hombre
dedicado a la agricultura, dueño de haciendas, gran fanático de los objetos de
lujo y de la buena vida.
Junto a Juan Llavaneras, Bartolomé Monzant y Miguel
Ignacio Briceño; el 2 de Septiembre de
1811; elaboraron la Proclama de La Libertad, este manifiesto
subversivo, osado, brillante y completo, planteaba la libertad plena sin
ninguna condición ni concesión.
Lo unía una gran amistad con el Dr. Antonio
Nicolás Briceño, perteneciendo junto a este a una Sociedad Secreta llamada “Los
Hermanos”, siendo conocido como El Halcón
y era en ese tiempo jefe de la Junta de
Guerra.
Se encontraba esperando
la llegada de Bolívar en su casa del Cucharito en donde día antes recibió a
Atanasio Girardot acompañándolo a la
ciudad de Trujillo.
Contaban igualmente de
él, que un año antes se había reunido
con el “Diablo Briceño” y el Dr. Cristóbal Mendoza en su casa natal en la “Rosariera”,
realizando una brindis por el triunfo de la independencia.
-Brindemos tocayo y
usted Dr. Mendoza por los dos años desde que empezamos a quitarnos el yugo
español, dijo Rosario levantando su copa.
-Ya llegara el día en
que esta esclavitud que nos han sometido los españoles sea solo un recuerdo.
Continuó el prelado trujillano.
-Hay que reconocer el
trabajo, Antonio, el trabajo que han
realizado nuestra Sociedad en aras de la libertad. Recalcó el “Diablo Briceño”.
-Dr. Briceño hay que
reconocer también al Padre Rosario ya que de su peculio ha salido lo necesario
para sufragar los gastos de los miembros de “Los Hermanos” y que no basta solamente con el oficio que se
leyó de la Junta Revolucionaria de Trujillo, explicó el Dr. Mendoza.
-No importa amigos, no
he hecho nada que ustedes no han realizado por amor a la libertad, pero les aconsejó
que debemos seguir reunidos como lo hacían los antiguos Carboneros en Italia para evitar
que la represión de los esbirros del rey nos detenga. Debemos promover las
reuniones en las casas, con tertulias en las calles, en las haciendas, en las
iglesias, además es necesario que los jóvenes participen y que se sientan
identificados con los cambios que promovemos, enfatiza Rosario.
Si los más jóvenes no
nos apoyan, esta revolución no tendrá razón continúa el prelado.
Había sido muy difícil
la llegada de los doctores Briceño y Mendoza quienes tenían que devolverse a la
Nueva Granada por vía desde Trujillo, Mérida, Villa de San Cristóbal, Villa del
Rosario de Cúcuta, Tunja, Cartagena de Indias
y Santa Fe de Bogotá.
Habían huido para poder
enfrentarse de una manera más sencilla y
continuar con la lucha por la liberación
de la Patria.
-¿Tocayo, cómo está tu
familia? Le preguntó Rosario a Briceño.
-Tuve que huir con
María Dolores, preñada de cinco meses y con Ignacia que sabes que es muy pequeña,
para evitar que los españoles me detuvieran.
Respondió el “Diablo”.
-Carajo, tu no pierdes
el tiempo, hace poco no había nacido tu hija Ignacia y ya María Dolores está preñada, comentó echando bromas el
padre Rosario.
-Menos tú hermano, ya
sabemos de tus hazañas y de las tres Marías riposta Briceño escudándose en la
gran amistad y confianza que tiene con
el presbítero.
Para nadie era un
secreto que el sacerdote trujillano
sentía predilección por el bello sexo y que contaba con un número bastante
elevado de hijos que no eran ni ocultados ni disimulados. Se sabía que vivía
con Roxana Giacopini y tenía a las Marías, María Lobo, María González y María
García.
Cuando alguno de sus
amigos íntimos le echaba bromas el
sacerdote decía:
-“Quien peca y reza, la empata”.
CAPITULO
II
Bolívar permanecía en
la ciudad de Mérida organizando su
gente, sabía que no sería fácil enfrentarse a los españoles. Contaba con la
gente de Campo Elías, que a pesar de ser europeo, tenía un gran odio en contra
de sus paisanos y comentaba que una vez terminada esa raza, él se suicidaría
para que no quedara en Venezuela vestigio de lo que llamaba raza maldita. Se
suma el español a su gente con una
compañía de soldados, pero la mayoría no tenía ni armas y menos uniformes, pero
valor si les sobraba.
De igual forma se les
unió el Mayor Ponce con un piquete de caballería, horrorizado por los desmanes de Monteverde y
el cura Uzcátegui transformó su hacienda en taller de fundación y elaboraron 16
cañones montados en sus cureñas. Entre los hombres que se le unen había muchos
jóvenes que eran casi niños, pero no les faltaba valor para el combate.
Mérida puso a las
órdenes de Bolívar 500 hombres, 800 caballos, numerosos cañones y 30.000 pesos.
Envió espías para que le informaran sobre la ubicación y cantidad de las tropas
españolas que se encontraban en Barinas y Trujillo.
Recordaba cómo había sido
recibido, el pueblo merideño lo ovacionaba
y le tiraban flores. Correa había abandonado la ciudad sin presentar combate.
En Mérida fue nombrado Libertador el
caraqueño y desde ese momento llevaría ese título por toda la eternidad título
glorioso, que lo lleno de un gran
orgullo. Este nombramiento es propuesto por Cristóbal Mendoza. El
Ayuntamiento había organizado una solemne recepción en honor de los héroes que
venían a liberar Venezuela de las garras del imperio español.
Las pasiones como las
de Campo Elías o Antonio Nicolás Briceño no gustaban a Bolívar, a pesar
de su valentía y dotes militares no le gustaban los excesos que muchos
de estos hombres cometían a pesar de los desmanes que cometían los españoles contra los partidarios de la
independencia.
Lo que si estaba seguro
Simón, era que había llegado el
momento de extremar la revolución ya que
había que combatir y dar respuesta contundente a los enemigos de la libertad.
Ya sentía la mirada de su gente que esperaba una proclama que definiera la
lucha que apenas empezaba.
¿Qué se iba a hacer con
los venezolanos que defendían las banderas del Rey. Había que fusilarlos por
traidores? Se preguntaba Simón.
Bolívar frenaba el
deseo de actuar, debía ser precavido, era demasiado lo que había en juego.
Todos los días le llegaban noticias de los desmanes cometidos por los españoles
de Monteverde. El sufría al ver lo que pasaban sus compatriotas.
Recordaba las ejecuciones de Quito y La Paz,
que le habían llegado las noticias; los asesinatos que se producían en México
en defensa del rey de España, los prisioneros que se pudrían en Puerto Cabello
y la Guaira.
-Ya nuestra clemencia
se está acabando. Ellos nos fuerzan a una guerra sin cuartel y haremos que
ellos desaparezcan de la faz de la tierra. Pensaba en voz alta Bolívar.
En Caracas Monteverde
en persona cometía desmanes en contra de los partidarios de la libertad.
Mujeres eran sometidas a cualquier clase de atropellos cuando se acercaban para
pedirle clemencia al canario para sus familiares.

-Simón debemos ser más duros, no debemos dar cuartel, decía con ímpetu el del gorro frigio, su tío
político José Félix Ribas.
-No somos débiles, José
Félix, somos soldados, no asesinos, no podemos cometer crímenes y salvajadas,
indicaba Simón al esposo de la hermana de su madre.
José Félix Ribas,
pertenecía a una familia rica caraqueña igual que la de Simón Bolívar,
comenzando su carrera como militar con el grado de coronel, siendo jefe del
Batallón de Milicias Regladas de Blancos de Barlovento. Para este momento el
tío de Bolívar ya se había enfrentado contra Monteverde.
Se reunió con el héroe caraqueño en Ocaña
y con él prepara la invasión de
Venezuela teniendo una actuación heroica en la batalla de Cúcuta contra Correa
luciéndose con una carga a bayoneta.
Cuando calló Bolívar le
llego a su mente las letras enviadas por el cura Rosario sobre la “Guerra a
Muerte”.
- ¡Ah curita este,
carajo! Se decía Simón.
Quien lo iba a decir
que este cura masón sería tan duro con el enemigo. Ya llegaría el día en que se
encontrarían. Quería conocerlo, hasta él
habían llegado las andanzas de este famoso cura trujillano. Ya se verían,
presentía que desde ese momento comenzaría una gran amistad.
Varias cartas más
recibiría del Padre Rosario.
-¡Antonio
tiene razón! ¡Hay que declarar la guerra a muerte! ¡Tenemos que ser
implacables!
Recordaba con rabia la
humillación que recibió de Monteverde. Evocaba ese momento con coraje, el
canario no le prestó atención.
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