miércoles, 7 de noviembre de 2018

LAS SERENATAS EN LOS AÑOS 80


JOVENES SERENATEROS DE ESTOS TIEMPOS
Evocando nuestros recuerdos
José Rosario Araujo
Para muchos al leer este articulo les llegaran a sus mentes muchos recuerdos que quizás vivieron en las calles de Valera afuera de una ventana de una casa llevándole canciones a una hermosa dama y muchas veces solamente acompañados por los familiares de ella, ya que la Dulcinea estaba profundamente dormida.
Infinidad de veces nos paso cuando salimos como buenos Don Quijotes con la Cruzada de agradar a una fémina que nos estaba quitando el sueño y ganarnos a su familia.
Con mis amigos que nos apodábamos Los Empinacodos, nunca falto un buen repertorio de canciones para llevarles a nuestros adorados tormentos.
Con la guitarras de los amigos Leandro Canelón, Rafael Baptista y David Cestari, además de las voces; quizás no muy “melodieras” de Wilmer Viloria, Quique Viloria, Ernesto Vergara, Lucho Muñoz, Gabriel y Wilmer Avendaño, Javier Viloria, Rafael Añez, Miguel Valero y mi persona, empezábamos a a ensayar en las cercanías del edificio Los Pinos, situado en la Calle 16 con la Av. Bolívar, con la intención de hacer nuestro recorrido serenatero.
Esos ensayos los realizábamos los fines de semana, quizás no muy bien vistos por los vecinos que no entendieron nuestras “Venas Artísticas”, que hasta llegaron a denunciarnos en Radio Turismo que quedaba a menos de media cuadra, como malvivientes que no los dejábamos dormir.
Pero eso y las visitas a veces de la policía no nos impidió seguir con las serenatas , cosa que hicimos por años de nuestra primera juventud llevando canciones a nuestras novias, enamoradas y hasta nuestras madres, que nunca les faltaron su respectivas serenatas del Día de las Madres
Eran tiempos muy sanos, no existían muchos peligros y como éramos muchos pues no corríamos riesgo.
Seguramente no éramos los únicos que realizábamos esta actividad, ya que se tenía por costumbre en la ciudad este tipo de actividad, en donde no había que pedirle permiso a la Prefectura como en otras partes.
Canciones de Camilo Sexto, boleros famosos, baladas de cantantes de moda, música venezolana de rondallas y hasta rancheras eran parte del repertorio que llevábamos a las enamoradas, por supuesto con su respectivo ensayo en la esquina del edificio Los Pinos.
Rafael Baptista con su voz de tenor dirigía la música mexicana y yo me encargaba de realizar el famoso grito ranchero y luego acompañada la serenata con la risa de guacharaca del desaparecido amigo Ernesto Vergara, produciendo grandes carcajadas en los oyentes.
Nunca fuimos mal recibidos en ninguno de los hogares en donde llegábamos con nuestras canciones, al contrario. Recuerdo especialmente en una residencia de señoritas en la cual yo era asiduo visitante serenatero a pesar de la rigidez de sus dueñas, que siempre tuvieron la amabilidad de permitirnos derramar “nuestras dotes artísticas”.
De la misma forma, de muy buena manera, éramos recibidos por el Sr. Rubén Valero y su esposa Hilda de Valero cuando llevábamos una serenata a su hija Rosario por quien luego fue su esposo Leandro Canelón.
Hasta apoyo recibíamos desde Caracas cuando venia un enamorado que tenía mi hermana y se nos pegaba en las serenatas para ver si mi hermana le daba el “si” tan esperado, que nunca llego y que a pesar de los años transcurridos recuerdo con aprecio.
Mi malogrado cuñado, tenía que ser apoyado por “Los Empinacodos” haciendo honor a nuestro apodo desde el mismo bar-restaurant del hotel en donde él se quedaba, en donde comenzamos a planear hasta el ensayo de la próxima serenata.
Evoco cuando mi hermana sufrió una operación y como por varios días con el “posible cuñado” a cuesta fue atacada por nuestra serenatas.
Estoy seguro que para muchos de ustedes este relato abre la puerta a muchos de sus recuerdos en las páginas de las serenatas de aquella Valera que conocimos y que fue tan sabrosa. Para muchos jóvenes estos recuerdos nuestros serán extraños de esa época donde no necesitábamos de la tecnología para disfrutar y que solo contamos con un corazón dispuesto a ser felices y disfrutar sanamente de ser jóvenes.
¡Honor a esos tiempos idos!

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